Esta semana santa ha estado embargada por una emoción de nerviosismo en nuestra casa. Llevábamos dos semanas atrás tratando de conseguir... ¡¡UNA GALLINA!! Sí, habéis leído bien.
Llevamos un año con la gallina Polli. Polli es una gallina leghorn que llegó en versión pollito de un mes desde el colegio de los enanos. En el colegio pusieron unos huevos fertilizados en una incubadora, de ellos nacieron siete, y los siete se sortearon.
A Ibai, mi hijo mayor le tocó un pollito blanco precioso. Aunque no sabíamos su sexo, cosa que nos preocupaba porque vivimos en una casa adosada rodeada de vecinos que aunque viven en pueblo, no entienden lo que es convivir en un entorno rural y lo que ello conlleva, lo criamos dentro de casa en su cajita. Más que nada si era gallo deberíamos buscarle un hogar de adopción, y aquí el gallo suele ir pronto a la cazuela...
Recuerdo que se subía en mi pecho, cogía postura y dormíamos todos los días la siesta juntas. Cuando se hizo grande y con el buen tiempo, la pasé al gallinero exterior del jardín.
Polli, que así la llamó Ibai, vivía muy feliz, aún así, consideramos que había que socializarlo con los mismos de su especie.
Por eso buscamos una gallina. En un principio busqué en los particulares más cercanos de Navarra, pero como era una sola gallina, no les resultaba interesante molestarse en vendérmela, ya véis.
Así que contacté por internet finalmente con un vendedor, y como yo andaba encaprichada con el pato corredor indio, quería una hembra, pues decidí adquirir uno.
Nos decantamos por una gallina ponedora sussex, y la pata no pudo ser porque no había en existencias, pero sí un pato.
Llegaron un viernes 10 de abril en una caja sin agua desde Ciudad Real, hacinados para evitar que se moviesen en el transcurso del viaje. Cierto es que nos dieron mucha pena cuando los vimos en la caja, el pato sin poder estirar su cuello tumbado y la gallina igual.
Este es el momento de la llegada a casa:
Llevamos un año con la gallina Polli. Polli es una gallina leghorn que llegó en versión pollito de un mes desde el colegio de los enanos. En el colegio pusieron unos huevos fertilizados en una incubadora, de ellos nacieron siete, y los siete se sortearon.
A Ibai, mi hijo mayor le tocó un pollito blanco precioso. Aunque no sabíamos su sexo, cosa que nos preocupaba porque vivimos en una casa adosada rodeada de vecinos que aunque viven en pueblo, no entienden lo que es convivir en un entorno rural y lo que ello conlleva, lo criamos dentro de casa en su cajita. Más que nada si era gallo deberíamos buscarle un hogar de adopción, y aquí el gallo suele ir pronto a la cazuela...
Recuerdo que se subía en mi pecho, cogía postura y dormíamos todos los días la siesta juntas. Cuando se hizo grande y con el buen tiempo, la pasé al gallinero exterior del jardín.
Polli, que así la llamó Ibai, vivía muy feliz, aún así, consideramos que había que socializarlo con los mismos de su especie.
Por eso buscamos una gallina. En un principio busqué en los particulares más cercanos de Navarra, pero como era una sola gallina, no les resultaba interesante molestarse en vendérmela, ya véis.
Así que contacté por internet finalmente con un vendedor, y como yo andaba encaprichada con el pato corredor indio, quería una hembra, pues decidí adquirir uno.
Nos decantamos por una gallina ponedora sussex, y la pata no pudo ser porque no había en existencias, pero sí un pato.
Llegaron un viernes 10 de abril en una caja sin agua desde Ciudad Real, hacinados para evitar que se moviesen en el transcurso del viaje. Cierto es que nos dieron mucha pena cuando los vimos en la caja, el pato sin poder estirar su cuello tumbado y la gallina igual.
Este es el momento de la llegada a casa:
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